martes, 23 de marzo de 2010

La importancia del Médico de Cabecera en la prevención del suicidio

El suicidio es un problema de Salud Publica. No es una conducta infrecuente en nuestra sociedad.
Tasa en España: 12.6 varones y 3.9 mujeres / 100.000 habitantes
Los intentos de suicidio son muchos más, y 3 o 4 veces mas en mujeres que en hombres.

“El suicidio es la solución permanente a un problema temporal” que parece imposible de solucionar. Se sabe, porque se les pregunta a quienes han intentado suicidarse y no lo han conseguido, que no lo habían hecho por dejar de existir, sino por salir de una situación en la que se encontraban, de la que se sentían incapaces de controlar o afrontar.

La muerte por suicidio de un familiar o de una persona cercana, querida, apreciada, es una de las situaciones más dramáticas que se conocen y en ella se involucran una serie de sentimientos y reacciones emocionales que de no ser asimilados mediante un proceso de duelo correcto pueden trascender durante toda la vida.

Nací y viví mis primeros años en el medio rural, abandonándolo solo durante el bachiller y la carrera. Trabajo desde que terminé la misma en el mismo medio. He renunciado a muchas ventajas y oportunidades del medio urbano, pero no me arrepiento de la decisión de continuar en el pueblo: me apasiona lo que hago.
No tengo más remedio que reivindicar el importante papel del Médico de Cabecera, ampliable a todo el Equipo de Atención Primaria en la promoción de la salud y en la prevención de la enfermedad. Nosotros descubrimos muchas veces y detectamos ciertas conductas que pueden llevar al suicidio, así como depresiones enmascaradas. En esto tiene gran importancia la continuidad asistencial (longitudinalidad). La confianza y el conocimiento desde pequeños y a toda la familia, o desde hace tiempo, creo que es fundamental para detectar una conducta suicida. Por eso, los sanitarios de Atención Primaria somos fundamentales en la Prevención Primaria del suicidio. Pero también somos importantes en la prevención secundaria, especialmente en el seguimiento de alguien que ha intentado suicidarse. Para ello es primordial aumentar nuestra formación así como el nivel de comunicación con el equipo de salud mental próximo.

La muerte por suicidio conlleva mayor estigmatización que el resto de muertes, más sentimientos de culpa, menos deseos de discutir sobre la muerte y mayor cuestionamiento sobre lo que se podía o debía haber hecho. Las muertes por accidente conllevan más reacciones de aniversario, mayores comentarios de lo sucedido, mayor incapacidad de entender lo ocurrido entre los amigos y compañeros del accidentado y menos deseos de hablar con los demás.

Entre los familiares pueden quedar sentimientos de culpa y de vergüenza. Esta situación es vivida por ellos como un fracaso relacional por no haber tenido una comunicación suficientemente satisfactoria con el suicida, y también por no haber detectado a tiempo la intención de suicidarse, no haber descubierto ningún signo de alerta.

El suicidio marca o estigmatiza a la familia y suele despertar en el vecindario reacciones diversas como condena social y religiosa. Hay una cierta incomodidad y dificultad para expresar a la familia el apoyo o simpatía que necesitan en esos momentos, porque no se sabe cómo hacerlo. No se quiere hablar del hecho ni de los sucesos que lo rodearon, lo que sería bueno para desahogarse y elaborar la pérdida.

Quedan sentimientos de desolación y el duelo puede dura años, desarrollándose en etapas: 1º shock o impacto, tristeza, síntomas físicos; 2º de negación; 3º de rabia; 4º de culpabilidad (no prever, proyectos truncados, diferencias no resueltas, posibles motivos...); 5º de desesperanza y depresión, 6º de Reorganización (conciencia del deber de seguir adelante, de perdonar y de aceptación)

Las emociones que se experimentan los sobrevivientes, no son iguales que las que se desarrollan en otros tipos de muertes y están más expuestos al desarrollo de trastornos de ansiedad, estrés postraumático y episodios depresivos mayores. El sentimiento de soledad y de vacío interior que les queda, es difícilmente accesible ni aliviable con otras actividades ni con presencia y apoyo de amistades. Cada familiar puede hundirse en su dolor y aislarse de los demás, empeorando el cuadro ya que se impide el intercambio, el apoyo y la compañía.

1841, William Farr sentenció: “No hay un hecho mejor establecido que el efecto imitativo en la conducta suicida”.
Factores de riesgo: antecedentes familiares
Tolera una cierta parte de culpa. Agradece que se le permita cargar con ella y continuar viviendo con dignidad.

Respecto al ocultismo y a la estigmatización que acompaña siempre a la acción suicida, en el medio rural, al menos yo, he observado un cierto paralelismo o parecido en la postguerra con el silencio u ocultación del hecho que se aplicaba a los huérfanos de personas que habían sido fusiladas o a los hijos de quienes se habían exiliado al extranjero. Además de silenciarles o modificarles las circunstancias de la causa de la ausencia de su familiar, en el vecindario se procuraba disimular una relación de frialdad con los familiares. Desconozco si existen, supongo que sí, estudios comparativos de elaboración del duelo en familiares de suicidas versus familiares de desaparecidos en guerra o postguerra. Si no existen, podría ser interesante implementar alguno.

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